Tras el milagroso hallazgo de agua en la isla desierta, como vimos en la parte I de Judy, la perrita heroína de la Segunda Guerra Mundial, la historia tomaría un giro oscuro. Capturados por las fuerzas japonesas y llevados a Sumatra, los prisioneros, incluida Judy, fueron confinados en un campo de prisioneros al norte de la isla.
Tabla de contenidos
Un lazo inquebrantable en tiempos difíciles
En este campamento, Judy se encontró por primera vez con Frank Williams, un destacado aviador de la Real Fuerza Aérea británica. A pesar de las escasas raciones de comida, Frank compartía su porción de arroz con Judy, estableciendo un vínculo inquebrantable entre ellos. Judy, con su agudo sentido del oído, como ya hacía en otras ocasiones, alertaba a los prisioneros cuando se acercaban los guardias japoneses, evitando castigos y represalias. Además, su instinto protector la llevó a enfrentarse a serpientes, escorpiones y otras amenazas, salvando a muchos de los prisioneros de posibles peligros.
Judy: La única perra prisionera de guerra
En medio de las adversidades del campo de concentración, Judy no solo se convirtió en un rayo de esperanza para los prisioneros, sino que también atrajo la atención de los propios guardias japoneses. La valentía y lealtad de Judy hacia los prisioneros no pasó desapercibida. Aquí, en un giro sorprendente de los acontecimientos, registraron oficialmente a Judy como prisionera de guerra, convirtiéndose en la única perra en la historia en recibir tal distinción.
Este inusual reconocimiento surgió gracias a Frank Williams, quien, al darse cuenta de que la vida de Judy estaba en constante peligro debido a las sospechas y animosidades de algunos guardias, ideó un plan. Frank convenció al comandante del campamento de que Judy era un perro especial y que, al darle el estatus de prisionera de guerra, las convenciones internacionales la protegerían. El comandante, posiblemente influenciado por el sake o simplemente conmovido por la relación entre Frank y Judy, accedió a la petición tras prometerle Frank un cachorro de Judy. Sí, Judy además quedó embarazada en una de sus idas y venidas.
Con este estatus, Judy recibió su propio número de prisionera de guerra. Aunque esto no la eximió completamente del peligro, sí le otorgó cierta protección y legitimidad dentro del campamento. Los prisioneros, al ver la determinación de Frank y el reconocimiento oficial de Judy, se sintieron aún más inspirados y esperanzados. La perra, que ya había demostrado ser un símbolo de resistencia y esperanza, ahora también se convirtió en un emblema de reconocimiento y dignidad en las circunstancias más improbables.
La valentía de Judy ante los guardias japoneses
Sin embargo, la valentía de Judy no pasó desapercibida para los guardias del campamento. Varias veces intentaron eliminarla. En uno de esos intentos, Judy desapareció durante tres días, regresando solo después de que los guardias que buscaban acabar con su vida se hubieran ido. En otra ocasión, un guardia disparó contra ella, pero solo logró rozarla. Frank, siempre atento, cubrió la herida de Judy con hojas de palma, salvándola una vez más.
El segundo naufragio: un milagro en medio del caos
El destino tenía más desafíos para Judy y los prisioneros. En junio de 1944, trasladaron a los prisioneros a otro campo en Singapur a bordo del SS Van Warwyck. Aunque los japoneses no permitían perros a bordo, escondieron a Judy en un saco de arroz. Sin embargo, la Armada británica bombardeó el barco, desconociendo que había prisioneros británicos a bordo. Más de 500 soldados (de 900) murieron durante el ataque.
Pero Judy, con su espíritu indomable, no solo sobrevivió sino que también ayudó a otros soldados a mantenerse a flote, acercándoles restos de madera que flotaban en el agua.
A pesar de las circunstancias adversas, fue la última en subir a bordo del carguero japonés que acudió al rescate. Pero su lucha no había terminado. A bordo del barco de rescate, algunos querían arrojarla por la borda, considerándola una boca más que alimentar. Sin embargo, alguien recordó su estatus especial de prisionera de guerra, lo que le salvó la vida una vez más.
Después del ataque, capturaron nuevamente a los supervivientes, incluido Frank, y los llevaron a otro campamento de prisioneros. La incertidumbre sobre el destino de Judy pesaba sobre Frank, pero al llegar al campamento, una agradable sorpresa lo esperaba. Judy, flaca pero viva, corrió hacia él, derribándolo con alegría. A partir de ese momento, los dos no se separarían más, enfrentando juntos los horrores del cautiverio.
La lucha por la supervivencia en los campamentos de prisioneros
En el campamento en Sumatra, Judy y Frank enfrentaron trabajos forzados en la jungla, tendiendo nuevas vías de ferrocarril para los japoneses. A pesar de las condiciones extremas, Judy continuó protegiendo y alertando a los prisioneros de los peligros de la jungla, como tigres y elefantes. Su valentía y astucia la hicieron indispensable para los prisioneros, especialmente para Frank, quien afirmó que Judy era su principal razón para seguir viviendo.
Después del naufragio, la tripulación se encontró en una situación desesperada. Judy, con su instinto y valentía, se convirtió en su guía y protectora. La jungla estaba llena de peligros, y un día, un cocodrilo atacó a Judy, dejándole una profunda herida de 15 centímetros en el hombro. Los prisioneros, reconociendo su valor y la importancia de su presencia, usaron sus preciados suministros médicos para tratarla pese a quedarse sin ellos.
El coraje de Judy no se detuvo ahí. Continuó alertando a la tripulación de los peligros que los rodeaban. En una ocasión, un miembro de la tripulación afirmó que Judy le salvó de un encuentro potencialmente mortal con un tigre de Sumatra. Su agudo sentido del oído y su valentía la convirtieron en una heroína entre los prisioneros, ganándose el respeto y la admiración de todos.
El regreso a casa y el reconocimiento de una nación
Tras la rendición japonesa, liberaron a los prisioneros. Debido a que Judy era un perro, tuvieron que esconderla de nuevo para evacuarla. Cuando regresó a Gran Bretaña, recibieron a Judy como una heroína nacional. Por sus valientes acciones, recibió la Medalla Dickin, el honor más alto que un animal puede recibir.
Judy y Frank pasaron el resto de sus días juntos, visitando a las familias de los prisioneros de guerra que no sobrevivieron. Judy falleció en febrero de 1950 y la enterraron en Tanzania. Frank, en un último homenaje a su valiente compañera, construyó un monumento en su tumba, reconociendo su valor e inteligencia.
La historia de Judy es un testimonio del coraje, la lealtad y la resistencia. A través de los horrores de la guerra, su espíritu indomable y su amor inquebrantable por aquellos a quienes protegía la convirtieron en una verdadera heroína.